MISTERIOS
El árbol
El árbol es un todo en sí mismo,
un todo, sí, una totalidad extensa y perfecta compuesta
principalmente de tiempo. Véase aquel árbol que está allá afuera,
justo frente a la ventana, ese árbol que siempre ha estado allí
quién sabe desde hace cuánto. La mutabilidad de sus hojas es
muestra de su metabolismo asimilador de tiempo: en el ser del árbol
están ya la primavera, el verano, el otoño y el invierno; y de
cierto modo también el paraíso y el infierno. A cambio de las
estaciones, el árbol nos regala sus hojas, siempre distintas, cada
una con su propio y particular modo de ser, con su color y su
ligereza. Pero el árbol, en su ser compuesto, parece ser siempre el
mismo, y sin embargo esa mismidad encierra todas las cosas, la vida y
el misterio del ser.
La única novedad en el árbol son
las hojas, esas hojas verdes, ocres y guindas que vemos crecer en él
y cambiar según su tiempo. Pero esa novedad proviene de un olvido
soterrado en las profundidades de su tronco, en el germen propio del
árbol. Las raíces que sostienen al árbol son el recuerdo de algo
que hubo de perderse justo en su nacimiento. Esa semilla que contenía
en su diminuto intestino el secreto de la vida y de las estaciones,
del calor y del frío, de la melancolía otoñal y de la rebosante
fecundidad de la primavera, hizo que aparecieran a nuestros ojos
todos sus secretos internos.
Una hoja que cae en nuestro camino
suele ser el principio de la compasión: uno la escucha crujir bajo
la suela, y luego del extraño deleite voltea a ver al árbol que
irremediablemente se deshoja. Siente entonces compasión por las
demás hojas que también habrán de caer para ser reemplazadas por
hojas nuevas. Y pensará en el olvido de la pobre hoja que se ha
pisado y en el olvido de las demás. Luego reflexionará sobre sí
mismo y se dará cuenta que es también como una hoja que habrá de
caer del árbol de la humanidad y que también habrá de perderse en
el olvido.
Que habremos de caer como caen las
hojas de un árbol tal vez ya estaba escrito en la semilla que
germinó nuestro destino. Pero ese destino es inconcebible: la hoja
no sabe si portará nuevas semillas para nuevos árboles, y por eso
se deja desprender fácilmente con la bravura del viento, dejándose
arrastrar hacia nuevos terrenos. Pero que el nuevo terreno sea fértil
es cuestión del misterioso azar. Pobres hojas, pobre humanidad.
Por: Oscar Quiroz
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