viernes, 13 de marzo de 2015

El árbol




MISTERIOS

El árbol

El árbol es un todo en sí mismo, un todo, sí, una totalidad extensa y perfecta compuesta principalmente de tiempo. Véase aquel árbol que está allá afuera, justo frente a la ventana, ese árbol que siempre ha estado allí quién sabe desde hace cuánto. La mutabilidad de sus hojas es muestra de su metabolismo asimilador de tiempo: en el ser del árbol están ya la primavera, el verano, el otoño y el invierno; y de cierto modo también el paraíso y el infierno. A cambio de las estaciones, el árbol nos regala sus hojas, siempre distintas, cada una con su propio y particular modo de ser, con su color y su ligereza. Pero el árbol, en su ser compuesto, parece ser siempre el mismo, y sin embargo esa mismidad encierra todas las cosas, la vida y el misterio del ser.
La única novedad en el árbol son las hojas, esas hojas verdes, ocres y guindas que vemos crecer en él y cambiar según su tiempo. Pero esa novedad proviene de un olvido soterrado en las profundidades de su tronco, en el germen propio del árbol. Las raíces que sostienen al árbol son el recuerdo de algo que hubo de perderse justo en su nacimiento. Esa semilla que contenía en su diminuto intestino el secreto de la vida y de las estaciones, del calor y del frío, de la melancolía otoñal y de la rebosante fecundidad de la primavera, hizo que aparecieran a nuestros ojos todos sus secretos internos.
Una hoja que cae en nuestro camino suele ser el principio de la compasión: uno la escucha crujir bajo la suela, y luego del extraño deleite voltea a ver al árbol que irremediablemente se deshoja. Siente entonces compasión por las demás hojas que también habrán de caer para ser reemplazadas por hojas nuevas. Y pensará en el olvido de la pobre hoja que se ha pisado y en el olvido de las demás. Luego reflexionará sobre sí mismo y se dará cuenta que es también como una hoja que habrá de caer del árbol de la humanidad y que también habrá de perderse en el olvido.
Que habremos de caer como caen las hojas de un árbol tal vez ya estaba escrito en la semilla que germinó nuestro destino. Pero ese destino es inconcebible: la hoja no sabe si portará nuevas semillas para nuevos árboles, y por eso se deja desprender fácilmente con la bravura del viento, dejándose arrastrar hacia nuevos terrenos. Pero que el nuevo terreno sea fértil es cuestión del misterioso azar. Pobres hojas, pobre humanidad.



Por: Oscar Quiroz

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